Los expertos sugieren que este fascinante y desafiante relato, no es autoría de Juan: su estructura literaria tiene más vinculación con Lucas. Probablemente fue un texto añadido en un segundo momento al evangelio de Juan.
El texto nos cuestiona profundamente, porque pone, arriba del tapete, la eterna cuestión; cuestión que tiene raíces humanas, religiosas y políticas: ¿tiene prioridad la ley o la persona?
Es uno de los temas centrales en la teología de Pablo.
Escribe, por ejemplo, a los gálatas (3, 11-13):
“Es evidente que delante de Dios nadie es justificado por la Ley, ya que el justo vivirá por la fe. La Ley no tiene en cuenta la fe, antes bien, el que observa sus preceptos vivirá por ellos. Cristo nos liberó de esta maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros”
¿La ley o la gracia?
¿La ley o la persona?
¿La ley o el amor?
En realidad, tenemos que cambiar el enfoque y no oponer la ley a la gracia, a la persona o al amor. San Pablo mismo sugiere que la ley es un pedagogo, que nos acompaña en el camino para llegar a vivir la plenitud de la libertad en el amor: “la Ley nos sirvió de guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe.Y ahora que ha llegado la fe, no necesitamos más de un guía” (Gal 3, 24-25).
El Jesús de Mateo afirma: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (5, 17).
La adultera de nuestro texto transgrede una ley y sus acusadores, de acuerdo a otra ley, la quieren apedrear. La condena y el juicio de sus acusadores tienen, esencialmente, tres puntos débiles:
1) Una interpretación puramente exterior de la ley. Es el legalismo, que tanto seduce a los seres humanos.
2) Falta la consciencia de su propia transgresión y de su sombra. Los acusadores condenan, en la mujer, lo que rechazan de sí mismos o lo que no pueden asumir.
3) No conocen la raíz de la transgresión de la mujer. ¿Por qué la mujer cayó en adulterio? Juzgan sin conocer su historia, su sufrimiento, su soledad.
Jesús siempre insistió, que la transgresión fundamental, no es la literal, sino la interior: “Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
Por eso se puede dar hasta lo más paradójico: una adultera/o fiel, y una/un fiel, adultera/o.
Cuando comprendemos que una ley - humana y justa -, está a servicio del amor y del crecimiento de la persona, se disolverá el aparente conflicto entre las prioridades: ¿viene antes la ley o la persona?
Descubrimos en este relato, dos extraordinarias actitudes de Jesús que podemos aprender y aplicar en nuestra vida.
La primera. Jesús no entra a discutir con los acusadores de la adultera. Toma otro camino. Cuando una persona está atrapada en su ego, en su enojo, en su visión cerrada y legalista, entrar a dialogar es inútil: tiempo perdido, energía perdida. Jesús ahorra sus energías para algo mejor: ¡qué grande! Debemos discernir cuando es oportuno y es el momento de entrar a dialogar y discutir, de lo contrario, nos agotaremos inútilmente.
La segunda. “Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo” (8, 6). La curiosidad nos invade: ¿qué habrá escrito el maestro? Los estudiosos no saben darnos respuestas.
Según mi parecer, el autor del texto, deja a propósito este vacío, para que cada cual pueda dar su interpretación, según su propio caminar.
Cualquier interpretación, hecha desde la honestidad intelectual y moral, es válida: es lo que el Espíritu te sugiere a ti. Cada interpretación se suma a otra y la riqueza aumenta, así como la belleza y la profundidad del texto… y de la vida.
En este momento me parece muy lindo interpretar así: Jesús escribe en la tierra el nombre de los acusadores. Nombrar algo le quita su fuerza y escribir en el suelo es una forma de “dejar ir”: el viento borrará los nombres. Jesús no solo perdona a la adultera, sino también a sus acusadores.
Podemos hacer, como un ritual personal de sanación, lo siguiente: escribir en la tierra los nombres de aquellos que nos hirieron o los nombres de las personas a las cuales hemos herido, o también situaciones dolorosas que nos afectan. Nos quedamos en silencio unos minutos – contemplando lo escrito – , tomando consciencia de lo efímero de la existencia y de la única fuerza que renueva el universo: el amor. Dejaremos que el perdón surja solo. Agradecemos y cerramos el ritual con una oración espontanea, dejando que el tiempo o los agentes atmosféricos borren lo que hemos escrito.